21/5/15

¿Por qué lo están beatificando?

De ninguna manera pretendo incomodar a alguien, tampoco molestar y mucho menos despertar rencores. En cuanto a religiones me considero agnóstico, simplemente la religión no es un tema de mi dominio y no deposito mi fe en una creencia que no experimento, con esto tampoco intento imponer un punto de vista sino más bien quiero sentar una postura lo más objetiva posible sobre la controvertida beatificación de Romero.

En primer plano Monseñor Romero y al fondo capilla del Hospital Divina
Providencia, lugar donde fue asesinado en marzo de 1980

A muchos en El Salvador, pese al innegable reconocimiento mundial, monseñor Romero les parece una abominación, alguien que sembró odio de clases, que dividió la sociedad, etcétera, etcétera. Puedo entender las diferencias en los puntos de vista del ser humano pero no puedo entender la desidia al juzgar la obra de terceros sin al menos volver la vista hacia atrás con una pizca de sentido común. Nada más basta con retroceder hacia 1932, el tan conocido genocidio de 30,000 campesinos liderado por el general Maximiliano Hernández Martínez que resultó ser el "broche de oro" con el que se inauguró una dictadura militar que gobernó al país por más de 60 años (Velásquez, 2011). ¿A quién se le ocurre resolver un problema social matando seres humanos? ¿Quién dijo que eso es una solución? El 8 de mayo de 1979, 47 años después de aquella escena de temor, una nueva generación de campesinos se congregó frente a la catedral de San Salvador para reclamar mejores condiciones de vida, no tenían armas, tenían vejigas, blancas y amarillas, y nuevamente la "solución" al llamado "desorden social" es el asesinato en donde 24 de estos campesinos fueron las víctimas, ahí mismo frente a Catedral, en un espacio público, frente a todos los que estaban ahí sencillamente pidiendo una mejor calidad de vida. Pregunto, ¿quién no quiere vivir mejor?

Pero, ¿a quién reclamaban estos campesinos en el 79?, ¿en el 32? ¿Qué pasaba en ese momento? El modelo cafetalero exportador que dominaba la economía salvadoreña se vió en crisis con la depresión mundial de los precios del café, esto ocurrió en dos momentos, a principios de los 30 y durante la década de los 70, fenómenos que agudizaron la desigualdad, la explotación y la pobreza resultante de las reformas liberales, lo que inevitablemente desembocaría en algún tipo de manifestación de parte de los más afectados, en este caso los campesinos. Como medida de emergencia, la oligarquía cafetalera recurrió al ejército, a manera de alianza, para restablecer el orden y sofocar la insurrección a fuerza de cañón y salvar un statu quo que parecía moribundo. (Velásquez, 2011)

En este marco, el 22 de febrero de 1977, Oscar Romero es nombrado arzobispo de San Salvador ya que es considerado, tanto por la Iglesia como por oligarcas, como alguien lo suficientemente pacífico como para guiar a la feligresía. El 26 de febrero el Consejo Central de Elecciones declara al general Humberto Romero como presidente del País, las fuerzas opositoras denuncian un fraude de grandes proporciones y convocan a una concentración popular en la Plaza Libertad, en el centro de la Ciudad. El 28 de febrero las fuerzas militares "resuelven" la situación con decenas de asesinatos y desaparecidos. Repito la pregunta ¿cómo se les ocurre que matando van a resolver? El 12 de marzo, Rutilio Grande, S.J. es asesinado en Aguilares, al norte de San Salvador, lugar donde había sido párroco durante cuatro años y había promovido la organización de campesinos, es entonces cuando Romero, que había sido gran amigo de Rutilio Grande, indignado ante la persistente realidad social del País, decide denunciar toda esta serie de injusticias, retomando los textos del Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín que exigen la opción preferencial por los pobres. Es esta realidad histórica de El Salvador la que inspira a Romero, quien justifica en el evangelio sus acciones. (Dada, 2015)

Romero, a través de sus homilias abre los ojos a la feligresía a no permitir que su dignidad sea herida por injustas razones, él es quien comienza a educar a la sociedad acerca de cómo la palabra de Dios debe cumplirse "así en la tierra como en el cielo" y pese a que el mandamiento dice "no matarás", monseñor Romero es asesinado el 24 de marzo de 1980 por un grupo de francotiradores financiados por oligarcas (Comisión de la Verdad, ONU, 1993), en su gran mayoría católicos, a quienes evidentemente no les convenía este discurso mal llamado "comunista" y hasta "guerrillero". Pagaron a penas 1000 colones (400 dólares en aquel entonces) por el crimen.

Durante 35 años, la oligarquía de tradición cafetalera ha tratado de sostener una imagen negativa de Romero con el fin de justificar moralmente su asesinato, muchos intentaron entrampar la canonización a través de la misma Iglesia, que inició el proceso catorce años después de su muerte. Pero lease bien: JUSTIFICAR MORALMENTE UN ASESINATO. Desde luego esta imagen se ve transmitida hacia diversos grupos sociales, de diferentes estratos económicos, distintas religiones, diversas orientaciones sexuales y así es como muchos, como dije antes, ven en Romero alguien abominable que sembró odio de clases. ¿Quién mató a quién? ¿Se comprende porqué es que la Iglesia avaló considerarlo mártir? Si es así entonces se comprende por qué lo están beatificando.

En definitiva la beatificación de Romero es una ruptura histórica importante, no es solo un acto católico, pues se trata de un personaje que defendió a todos, se trata de un momento que hará que todos nos veamos al espejo (González, 2015), que evaluemos lo que como seres humanos hemos hecho por los demás, que califiquemos como sociedad si nuestra visión y nuestras acciones son las correctas para el bien común en el futuro.

Nota: la imagen de esta entrada no pertenece al autor de este blog.

Sigamos la beatificación de Romero

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