Era principios del 2000 cuando "Beto" conoció a "Enrique", fue en un bar de características físicas singularmente precarias, ubicado en el sótano de un centro comercial en San Salvador. Ahí, en medio de la música de las Jeans y uno que otro "streeper", comenzaron su historia que a la fecha cuenta con catorce años, en los cuales la vida los ha llevado a altos y bajos pero con una sola constante, el amor.
Cuando la madre de Enrique cayó en un grave estado de salud, coincidió con una también grave crisis de pareja con Beto, no se trata de un drama, no señor, se trata de algo que a cualquier pareja le puede ocurrir cuando la rutina, el tiempo o el exceso de seguridad hacen que se entre en un descuido terrible sobre aquel amor que se supone es la constante en los ires y venires de la vida en pareja. Sin embargo, a iniciativa de Enrique ambos acudieron a una solución, no hablo de que resolvieron separarse para aventurarse con otro(s), hablo de que acudieron a un especialista que les guió de alguna manera a, por lo menos, entender las razones por las cuales se había llegado a esa crisis. El remedio mágico no existe, solo la misma constante de siempre, amor.
Al cabo de esos catorce años, Beto y Enrique gozan de una relativa aceptación de quienes les rodean, cuando digo relativo no menosprecio la aceptación de familiares o amigos cercanos, sino que me refiero a la timidez con la que en El Salvador, esta pareja puede expresarse su amor al no poder al menos tomarse de la mano cuando, en público, uno necesita sentir la presencia del otro. Es una impotencia a la que nadie debería estar sometido. En cambio en la intimidad, cuando en su residencia, cerrada y desconocida a los ojos de la sociedad salvadoreña, esta pareja comparte esa compañía, esa complicidad y ese apoyo incondicional que les convierte innegablemente en una pareja sentimental en todo el sentido de la palabra, nadie tiene porqué condenarles.
La Asamblea Legislativa salvadoreña, de nuevo ha puesto sobre la mesa de discusión la definición constitucional del matrimonio entre un hombre y una mujer así nacidos, así declaró la diputada Alejandrina Castro alegando que "lo que busca es defender a la familia salvadoreña y los valores que como sociedad se practican en El Salvador". Partiendo de esto, hay dos puntos que es preciso aclarar:
- Según el DRAE*, familia tiene una diversidad de acepciones, entre ellas que es un "conjunto de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia común". El concepto familia no puede estrecharse tan ortodoxamente en un país donde, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2011 (EHPM) del 25% de la población que corresponde a los jefes de hogar, solo el 15.5% de la población son sus cónyuges, el 9.5% restante (la tercera parte) son hombres o mujeres que, sin compartir su vida con alguien más, llevan las riendas del hogar, junto a sus hijos (42%), parientes (16.5%), domésticas u otros (1%). La abanderada familia salvadoreña definitivamente no se compone necesariamente de: papá, mamá, hijos y el "chucho".
- Siempre partiendo del DRAE*, desde su acepción filosófica, un valor es una "cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables. Los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores". En esta oportunidad, los valores a los que refiere la diputada no son más que un término para engañar a sus adeptos, en realidad un valor no se puede practicar pues se trata de una propiedad de los objetos o de las acciones, que como se dijo antes, puede ser positivo o negativo. No se dejen engañar por terminologías mal mercadeadas.
De ratificar la reforma constitucional en El Salvador, Beto y Enrique no tendrán la posibilidad de ser reconocidos jurídicamente como la pareja que son en la realidad, y consecuentemente, la relativa aceptación de la que gozan actualmente será cada vez más minimizada en el plano moral. Es posible que en 30 o 40 años, alguno de ellos muera y no habrá manera de que el "viudo" pueda reclamar pensión o seguro social al que, con justa razón, debería tener acceso.
A manera de conclusión, si se trata de poner valor positivo a nuestras acciones como seres humanos (infiero que es de lo que habla la diputada en cuestión) los criterios deberían de ser: justicia, equidad, solidaridad, comprensión; muy alejados de los que se perciben en su discurso: intolerancia, exclusión, ignorancia y odio.
Nota: Beto y Enrique son nombres ficticios utilizados para este relato basado en una historia real. La imagen de esta entrada es la portada de la edición del 8 de julio de 2013 de la revista The New Yorker, en donde conviertieron a la famosa pareja de Plaza Sésamo en un ícono gay, tras la nueva situación del matrimonio homosexual en Nueva York.
(*) Diccionario de la Real Academia de La Lengua Española (DRAE)
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