Eran los 90, 1994 para ser exactos, era el segundo año de bachillerato y uno de mis viejos amigos se había "aburrido" de mantener la misma temática, y decidió hacer nuevos amigos, más pronto que tarde nos habíamos convertido en un grupo de adolescentes externadistas que disfrutábamos de la cerveza (no teníamos problemas con pedir cervezas en un bar a los 16 años), de los toques en la Zona Rosa, el "Oasis" de la Feria (hoy CIFCO) y el mirador de Santa Elena. Mucho ha cambiado 20 años después.
Pese a guardar muchos puntos en común, sobre todo en temas de diversión nocturna, eramos bastante diferentes, "Beto", el más cercano de todos era el bailarín, el que organizaba presentaciones y coreografías con otros estudiantes, "Paco" era el intelectual matemático, calculador en todo sentido y con cierta soberbia a sabiendas de sus habilidades (no lo digo en sentido negativo), el "Gato" era el más simpático, el bromista, el que caía bien a todos, guardaba una gran habilidad con la ilustración, "Rodrigo" también era intelectual pero más tirado a la filosofía y la ciencia, y "Sebas" el más polémico e impredecible de todos. Cuando me refiero a todos ellos en pasado, no lo hago porque hayan dejado de existir, sino porque esas eran las personalidades de aquellos adolescentes con quienes formamos un muy particular grupo de amigos de bachillerato. Y no crean, en la actualidad hay mucho de todo esto en todos ellos.
Los adolescentes salvadoreños de 1994 - 1996 y que vivimos en la capital, tuvimos una gran suerte, pues eramos los que vivimos la guerra civil como niños urbanos, jugamos escuchando bombas y balas, se nos hizo "normal" ver postes de energía destruidos o cajas telefónicas y, gracias a la televisión, sabíamos que en el campo habían terrenos minados, lo que nos hacía inventar juegos en la calle frente a nuestras casas. Habían videojuegos como Mario Bros y la Leyenda de Zelda, pero no había internet, ni celulares, por lo que la información a la que teníamos acceso estaba porque en definitiva queríamos obtenerla. El fin de la guerra permitió que artistas e intelectuales, que tuvieron que reprimir sus expresiones durante el conflicto, exhibieran todo contenido de su creación sin ninguna censura de tipo social, se abrió "La Ventana", el primer café bar de la Ciudad, con exhibición de pintura y libros que no podían exponerse antes por temor a ser asesinados, y todo eso era la información que queríamos obtener; era lo que el fin de la guerra permitió que aprendiéramos, opináramos y viviéramos. Eramos adolescentes con sueños, que en las clases de filosofía teníamos que analizar la campaña del candidato a presidente Armando Calderón Sol y después nos íbamos por unas cervezas y continuábamos analizando muchas cosas más ¿qué adolescente hace eso hoy en día?, recuerdo tanto la noche en que estábamos sentados en la escalinata del parque de Santa Elena -nos encantaba ver Ciudad Merliot desde ahí- y "Paco" lanzó una reflexión: "tenemos que analizar qué vamos a hacer una vez nos graduemos, o nos unimos al sistema o hacemos algo por cambiarlo". Esa noche todos contestamos cosas distintas, algunos ahora continuaron lo que afirmaron, otros hicieron lo contrario, pero lo que es seguro es que ese sentido crítico frente a la realidad, lo conservamos todos.
El viernes anterior, celebramos en la EARQ el Día Mundial de la Arquitectura y uno de mis mejores alumnos, que salió del Externado por cierto, llegó con sus amigos del colegio a tocar un rato en la noche, todos eran "peludos", me acerqué a ellos y les pregunté "¿Todos del Externado?" a lo que me respondieron que sí, Todos, excepto mi alumno, están en la UCA: economía, computación, ingeniería química, entre otras carreras. Por un momento pensé que los "peludos externadistas" habían dejado de existir pero me equivoqué, hoy la situación es otra, la realidad y el contexto es otro, solo espero que también siga existiendo ese sentido crítico que en el Externado enseñaban allá por 1994.